El Amor se dispuso a acogerme,
pero mi alma se apartaba,
culpable, como era de polvo y de pecado.
El Amor que todo lo ve,
al observar mi entrada vacilante
se acercó hasta mí
y me dijo con dulzura:
¿hay algo que eches en falta?
Y yo respondí:
un invitado que sea digno de encontrarse aquí.
Tú eres ese invitado, dijo el Amor.
¿Yo, malvado e ingrato como soy?
¡Ah, mi amado! Yo ni siquiera me atrevo a mirarte.
El Amor tomó mi mano y replicó sonriente:
¿quién ha hecho esos ojos sino yo?
Es cierto, mi señor, pero yo los ensucié;
vaya pues con mi vergüenza a donde me merezca.
¿Y no sabes, dijo el Amor, quién ha cargado sobre sí la culpa?
Entonces, mi amado, ¿podré quedarme?
Siéntate, dijo el Amor, y degusta mis manjares.
Y fue así que me senté y comí.
(George Herbert, Poeta inglés, S.XVII)
martes, 27 de octubre de 2009
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