domingo, 1 de agosto de 2010

Por la mañana

Pasó media hora. No conseguía dormirme. Le oí levantarse y salir al jardín. Miré por la ventana. Iba hacia la piscina. Hacía ya un rato que había amanecido. A esas horas el jardín parecía estar iluminado por ángeles. Él no era un ángel; todo lo contrario. Aún así se le permitía caminar bajo esa luz y sumergirse en el agua. Me gustó verle entre los árboles. Aquel hombre, mitad hombre mitad animal, que había estado toda la noche encima de mí, cabalgando sin descansar, caminaba ahora por el jardín con los pájaros de la mañana.

Se metió en el agua despacio y buceó un buen rato. Me acordé de su mirada unas horas antes; había una bestia en sus ojos. Nunca había visto la locura tan de cerca. Le miré fijamente.
- Sí- me dijo- estoy loco. Tú también, eso me salva.-
Después de eso volví a desnudarme. Al fin y al cabo yo estaba allí para saciarle; eso me gustaba.

Entró en casa mojado, con una toalla en la cintura.
- Me tengo que ir - dijo.
- Sólo ha pasado media hora.
- Para mí han pasado dos días.
Me había acostumbrado a esos momentos de separación. Su jornada de caza había terminado. Había sido una buena noche. Le acompañé hasta la puerta y nos despedimos como siempre. La despedida era un trámite que había que pasar rápido y sin dramas. Me quedé de pie en el jardín hasta que su coche se alejó. No miró hacia atrás, nunca lo hacía. Yo ya estaba acostumbrada. A todo se acostumbra uno.


(Pino Montalvo)