domingo, 22 de noviembre de 2009

Cuando la hierba se seca

Estaba atardeciendo, el viento movía los árboles y las hojas empezaban a caerse. María se sirvió más vino y dejó el libro sobre la mesa del porche.

Sebastián se sentó a su lado. Callados, miraban hacia la parte seca del césped. A la vuelta de su viaje lo encontraron así, un riego se había roto y estaba haciendo mucho calor. María recordó cuando él, unos años antes, quiso plantar el césped.
-¡No lo vamos a poder cuidar! ¡Es demasiado trabajo!
- Pero el jardín estará precioso, María, lo disfrutaremos. Ya verás lo acogedor que será el jardín cuando la tierra esté verde…

Y así fue. Cada día, cuando volvía del trabajo, ella se tumbaba bajo un árbol y pasaba las manos sobre el césped húmedo. Al atardecer, se sentaba en el porche, le gustaba ver cómo se regaba, el olor y su frescura. Sebastián, cada día, al volver de la oficina, dejaba su bolsa, se cambiaba de ropa y salía al jardín a quitar las malas hierbas, si no hacía esto en unos días, los hierbajos tomaban territorio y cubrían por entero el jardín. Una vez a la semana, tenía que segarlo. Un día si y otro no, el riego se rompía, el pozo se secaba o los plomos se fundían y él se pasaba el fin de semana arreglándolo.

María volvió a coger el libro y simuló leer. Recordó la ilusión que solía tener para plantar flores en primavera, regar la lavanda, recoger los membrillos en septiembre, los paseos por el lago, la casa siempre llena de amigos… Ahora se dormía cuando tenían invitados y la nevera siempre estaba vacía.
-Mucho trabajo -pensó María- ¿Cómo hemos llegado a esto? Se pasa el día arreglando cosas y yo... Siempre hay algo roto, todo son problemas.

Él se levantó y fue hacia la parte seca del césped, encendió la manguera y lo regó largo tiempo hasta encharcarlo.
- ¡No se puede hacer nada! - dijo María - ¡Déjalo! Ya volverá a crecer…
Los dos sabían que no volvería a salir.

- ¿No vamos a cenar?- dijo Sebastián -
- Hay una manzana para ti, yo no voy a tomar nada.
Él se metió en la casa y salió al momento con la manzana.
- Está podrida- Dijo Sebastián.
María no respondió y siguió leyendo. Él miró la manzana, la miró a ella, tiró la manzana contra un árbol y se metió dentro.

María dejó el libro sobre la mesa y cerró los ojos. El viento era fresco, estaba anocheciendo. Abrió los ojos y se bebió el último trago de vino. Volvió a mirar la parte seca del césped.
- Está muerto – pensó – todo está muerto.

(Pino Montalvo)

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