domingo, 22 de noviembre de 2009

El reencuentro

Estaba a punto de separarme. Mi vida se desmoronaba y tenía miedo, mucho miedo.

Un día me llamó una antigua amiga del campamento. Hacía muchos años que no la veía. Siempre fue la niña más guapa; seguía siéndolo. Recordaba su pelo castaño y liso cubriéndole la espalda. Recordaba sus ojos color aceituna; su acento andaluz; su aire musical (un poco arrogante y flamenco).

Vivía sola en Malasaña desde hacía seis meses. Se había ido de Sevilla para olvidar. Estuvo enamorada siete años de un hombre casado. Fueron amantes. Ella le esperó siempre (seguía esperándole), pero él era de falsas promesas, bien acomodado. Me dijo que todos aquellos años habían sido años perdidos, años de sufrimiento y soledad. Hacía poco que su amante la había llamado. Ella hizo las maletas y se fue el fin de semana a Sevilla, al hotel donde siempre se encontraban. Cuando volvió a Madrid no supo más de él.

Una noche salimos con nuestros amigos del campamento. Bailó con su primer amor toda la noche. Me contó después que se fueron juntos al salir del bar; que se sintió de nuevo como una niña, pero esta vez como mujer; que durmieron en casa de él; que a su lado se sintió protegida; que a la mañana siguiente, él no tenía nada para desayunar y mientras la acompañaba a la puerta se despedía con un “ya nos veremos”; que todos los hombres son iguales; que van a lo que van...

La última vez que hablamos, me dijo que me fuese a vivir con ella. Le dije que me lo pensaría. Me imaginé viviendo con ella; me imaginé despertándome en un piso en Malasaña; me imaginé saliendo por las noches y volviendo a casa al amanecer; me imaginé mendigando amor en cada esquina.

No volví a llamarla.

(Pino Montalvo)

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