lunes, 23 de noviembre de 2009

El fumador

Saca el paquete de tabaco de su bolsillo. Le quedan 3 cigarrillos y una cerilla. Le gusta el olor de las cerillas. A veces, solo fuma para encender una. Se pasa la lengua por los labios y se coloca el pitillo justo en el centro de la comisura superior.
Su última cerilla. Debe encenderla con fuerza y decisión. Hace chispa a la primera. Se quema los dedos, pero no le duele. Se acerca la cerilla a la boca. El papel del cigarrillo comienza calentarse. Sus pulmones se excitan e inhalan con energía. El tabaco va prendiendo, sus bronquios absorben el humo del pitillo y el olor de la cerilla. Le gusta la mezcla de ambos elementos.

Tira la cerilla al suelo. Levanta la cabeza y mira a su alrededor. No sabe muy bien que está haciendo allí. Se acerca hacia las paredes de la consulta. Solo ve diplomas. Diplomas que para él no significan nada. No se fía de los médicos. Cuelgan sus diplomas por las paredes y eso le confunde. No sabe si lo hacen para verse a ellos mismos, o para demostrar a sus pacientes que están en buenas manos. Disfruta de su cigarrillo mucho mas que con la compañía de aquel médico.

El médico. Sigue sin decir una palabra. Ya ha dicho todo lo que tenía que decir, que no es poco. Ese hombre de bata blanca que nunca ha visto antes. Ese médico que lo único que le ha proporcionado es la fecha de su muerte.
No hay nada mas que decir. Ya está toda su vida dicha.

El cigarrillo se consume muy lentamente. Se está mareando. El pitillo se le escapa de los dedos y cae; apoya su cuerpo sobre la mesa del médico; éste se incorpora para ayudarle; le dice mientras le sostiene, que en aquella consulta está prohibido fumar. Prohibido.

El fumador recupera el equilibrio. Mira hacia la ventana. Coge el cigarrillo del suelo, se lo vuelve a llevar a la boca, e inhala.

(Pino Montalvo)

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