No hablaba con su hijo mayor desde hacía muchos años. Frente a sus amigos era el más bromista, en casa siempre de mal humor.
En el hospital, momentos antes de morir, pidió que cerrasen un poco las cortinas. No quería demasiada luz; la suficiente para ver a su familia.
Cogió la mano de su hijo mayor y le miró a los ojos por primera vez. Su hijo lloró. Él le acarició la mejilla. Entonces se le fue el miedo. Todo el miedo. La muerte, antes de llevárselo, le había hecho el regalo más preciado: un corazón humilde.
(Pino Montalvo)
domingo, 22 de noviembre de 2009
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