lunes, 23 de noviembre de 2009

Las manos

Empecé a pensar en las manos de mi padre.
Solía caminar muy deprisa, como un soldado. Recordé mis pies chocando con todo lo que se me cruzaba en el camino y dejándome caer hacia los lados para que él me cogiese la mano.

Encendí un cigarrillo. Miré al hombre sentado a mi lado que seguía insistiendo en irnos a la parte de atrás del coche para terminar lo empezado. Le dije que ya no me quedaban fuerzas ni para volver a casa. Sus manos se agarraban al volante, miraba hacia el frente y me decía que no le podía dejar así. Hablaba desencajado, con la mirada perdida y la voz gastada. Le dije que lo sentía, él se revolvió en su asiento y se quedó callado.

Volví a pensar en las manos de mi padre. Cuando le alcanzaba él no reducía su paso, me ofrecía su mano y el resto del camino cargaba conmigo.
Recordé aquel tacto; su mano cogiendo mi mano.

Apagué el cigarrillo. El hombre sentado a mi lado se había quedado en silencio. En sus ojos había un niño furioso. Miré sus manos, eran manos suaves, me gustaba cómo se le marcaban los nudillos. Acaricié sus dedos, largos, delgados. Apoyé mi cabeza sobre su hombro y cerré los ojos. Me besó la frente y los parpados hasta llegar a mi boca.
- Vamos a la parte de atrás - dijo.
Sin soltar su mano comencé a desabrocharme el abrigo.

(Pino Montalvo)

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