¡Dos manos tiernamente puestas
en la cabeza de una niña!
Me habían sido regaladas
-para cada mano, una- dos cabecitas.
Pero apretándolas con ambas,
con furia- cómo pude-
a la mayor arrebaté de las tinieblas,
y a la menor no logré salvar.
Dos manos – acarician y alisan
tiernas cabezas, sedosos cabellos.
Dos manos-y una, en una noche,
resultó superflua.
Rubia- cuellecito fino-,
diente de león en su tallo.
Aun no he llegado a comprender
que mi niña yace en tierra.
(Anna Ajmatova)
lunes, 23 de noviembre de 2009
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